REFLEXIONES EN TORNO A LA FIGURA DEL ARTISTA


Gal Gomila


Establezco dos vertientes en el concepto de artista: una dimensión social y otra trascendente. La dimensión social, más realista o empírica, es aquella en la que el individuo, en su oficio, es capaz de crear arte. Cualquier profesión en la que se es capaz de crear partiendo de la propia inspiración —pensando creativa e imaginativamente— ya es meritoria de ser considerada artística. Es decir, toda persona que ejerce un oficio es artista si lo vive como un arte. El método pedagógico del maestro como artista es primordial para entender este sentido. La otra dimensión es la metafórica o simbólica, en la que el artista ejerce de motor de búsqueda de la eternidad en el ser humano, ya sea a través del ego o de la pasión divina, de una obra inacabada que se quiere manifestar para procurarse la vida eterna. Mi «yo» siempre busca convertirse en inmortal a través de su obra, y no de manera inconsciente, sino al contrario. Precisamente por ello, si no fuéramos finitos, probablemente el arte no tendría el mismo sentido: el sentido de existir, como no lo tendría la educación mediante el poema de Gilgamesh. Bien, si nos paramos a pensar, tampoco lo tendría el oro en la sociedad ideal: la sociedad soñada. De estas dos ideas que conforman la arquitectura artística pivotan una serie de parámetros sociales, políticos, morales, antropológicos y sociológicos que configuran el comportamiento humano, dos pilares que construyen un puente que se apoya en una parte empírica y en otra más literaria o narrativa. Haciendo converger, pues, las dos ideas, puedo entender que la facultad primordial de un músico —para centrarnos en mi campo— no solo tiene que ser la de enseñar música, sino que se tiene que hacer sentir por cualquier cosa.

El alma del artista reside en su obra. ¿Cuáles son sus ideales? Bajo mi perspectiva, se es artista cuando se busca belleza, verdad y bondad en aquello que se hace. Estos son rasgos fundamentales de su modo de vivir cuando el arte es vida y la vida es arte, ya que no existe separación. Desgraciadamente, cuando muere el niño, esta máxima pierde valor. Si un artista no busca estos tres componentes en sus creaciones y manifestaciones artísticas, no es un artista en toda regla. En conclusión, ¿qué hace al artista ? El miedo, el miedo a la muerte. Así como el dolor, según Anatole France, es el que educa a los hombres, en este caso, el miedo da al artista, el miedo a la finitud hace que el individuo necesite expresar más allá de su condición humana. El miedo genera arte y, a su vez, la satisfacción creativa del artista procura alejarla. Parece una contradicción nutrirse del miedo a la hora de crear y utilizar la obra para destruir ese miedo nuevamente. Así mismo, todo este espíritu creativo, esta expresión artística, hace que no muramos más allá de su sentido literal.

El artista no solo es talento, es completo cuando también es constancia y suerte, poca o mucha. La dosis va sobre prescripción personal. La creatividad sin constancia hace débiles a los hombres más fuertes. Sin embargo, seguimos fieles a una verdad, quien trabaja con el arte tiene que ser un inconformista nato, sabe que aún le queda mucho por aprender y que tiene un deber, un compromiso: conservar la esperanza por un mundo ideal; un deber al que se ve encadenado si quiere sentirse vivo, si quiere homenajear y ser admirado. Homenajear a aquellos que lo han querido incondicionalmente y lo han admirado por aquellos amantes con los que sueña tener entregados a sus labios, a sus palabras, a su trazo, a sus compases musicales. Lo que el artista desea es que la naturaleza se enamore de él.



Este artículo apareció publicado el 19 de septiembre de 2016 en:
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